Uno de los fenómenos culturales más significativos de la segunda mitad del siglo XX ha sido, sin lugar a dudas, la revolución en las comunicaciones y su impacto tanto en el espacio social e institucional como en la vida privada de las personas. Desde entonces, el creciente predominio de las industrias culturales masivas y de las nuevas tecnologías digitales en la producción, circulación y consumo de los bienes simbólicos, ha llevado a una inevitable transformación (que algunos llaman crisis) de las culturas y de las identidades.
En este nuevo escenario, lo visual parece predominar por sobre otros registros de la experiencia humana. Debido a las nuevas posibilidades tecnológicas y a otras condiciones políticas y éticas, vivimos en una época en la que todo podría llegar a ser visto, mostrado, exhibido. Mientras que las imágenes se multiplican y las prácticas de ver se complejizan, la voluntad de mirar convive con cierta descalificación y desconfianza ante la cultura visual: las imágenes son, por momentos, sobrevaloradas e idolatradas, como si pudieran explicarlo todo, pero también, en otras ocasiones, son desvalorizadas y demonizadas como las culpables de todos nuestros males.
¿Qué efectos producen estas nuevas condiciones? Suele señalarse, con preocupación, que son los jóvenes y la infancia quienes están más expuestos a los nuevos lenguajes y prácticas simbólicas, con menos recursos alternativos y menos mediaciones que los que tuvieron otras generaciones. Aunque esa misma preocupación debería ser puesta bajo sospecha (ya que puede habilitar los viejos discursos “peligrosistas” y gerontocráticos sobre la infancia y la juventud), no hay duda de que somos contemporáneos a transformaciones profundas en las sociabilidades, estéticas y saberes, y que no tenemos en claro qué cambios se están produciendo, o cuáles vendrán en el futuro próximo. Cabe destacar que la reflexión debería extenderse al lugar de los adultos como consumidores y/o productores de medios e imágenes, y a nuestros modos de mirar y de involucrarnos emocionalmente con el mundo audiovisual.
Este curso se propone actualizar las herramientas de análisis que contribuyan a la comprensión de los nuevos patrones perceptivos, políticos y estéticos que introduce la cultura audiovisual, y los consecuentes cambios en las modalidades de apropiación simbólica del mundo. ¿Cómo se analizan los medios y las imágenes? ¿Alcanza con proponer una lectura crítica de sus contenidos? ¿Qué producen las imágenes, y cómo? ¿Qué lógicas estructuran hoy la producción audiovisual y la circulación de saberes en ese medio? ¿Qué cambios generan las tecnologías digitales de la comunicación, y cómo compiten y/o conviven con las formas televisivas predigitales y las formas letradas? ¿Qué experiencias de trabajo con imágenes y medios pueden recuperarse para la acción educativa cotidiana? Estos son algunos de los ejes de trabajo que se desarrollarán en el diploma.
El posgrado también busca proporcionar claves para pensar el lugar de la escuela y de las instituciones educativas frente a estos nuevos desafíos. Es indudable que estas transformaciones ponen en tensión al espacio escolar, que debe adecuarse a nuevas claves culturales, a nuevas estéticas (a menudo caracterizadas por la inestabilidad y la mutabilidad) y a la transformación, también, en las propias estructuras del conocimiento. Así, podría decirse que los medios y las imágenes no solamente no son aliados al sistema educativo sino que lo interpelan e interrogan.
¿Qué se hace frente a este cuestionamiento? Creemos que es necesario superar la posición defensiva de la escuela frente a los medios. El mundo de las videoculturas, ligado a la dinámica de la industria capitalista de este siglo, continuará su marcha con o sin el visto bueno de las instituciones educativas. Y si éstas no pueden ocupar el lugar del Estado, de las leyes y de la sociedad toda para promover formas de regulación y control sobre su producción, sí pueden educar y contribuir con otras pedagogías y otras formas de aproximarse, entender y reflexionar sobre la imagen y los medios.
Nuestro punto de partida es que una pedagogía de los medios y la imagen no se restringe a incorporar a los medios audiovisuales como meros auxiliares para la tarea escolar. El problema es mucho más arduo que el de la simple incorporación de equipamiento. Tampoco supone que la acción educativa se reduzca a “desmitificar” los mecanismos de la seducción mediática. El campo de reflexión educativo sobre los medios y la imagen parte de reconocer que ellos conllevan ciertos lenguajes y formas culturales que le son propios, y nos introduce en la comprensión de sus reglas. Además, nos obliga a preguntarnos por el poder de las imágenes en el mundo contemporáneo, indagando cómo se producen socialmente visibilidades e invisibilidades. Las imágenes y los medios instalan nuevos problemas que hacen al vínculo de los sujetos con el mundo, y que contienen aspectos racionales pero también estéticos y emocionales. Estos problemas involucran tanto a las instituciones educativas como al mundo de la producción audiovisual, y ninguno debería quedar al margen.